Ella había
llegado por la mañana como cada día, habíamos salido al parque a tomar el sol, y a la vuelta
jugamos un poco en la terraza hacia calor y la bañe, cuando volvimos a entrar al cuarto de estar, alguien desde abajo me llamo… ¡Mamá!
Era mi
hijo, el papa de Andrea mi nieta, que conoció
la voz de su padre, y con su vocecita de niña de dos años me miro y dijo, ¿papa?
yo desde arriba le dije… ya bajo, yo baje despacio con la niña en brazos, en el
salón no estaba, yo le llame y no contesto,
recorrí la casa con la niña en brazos que llamaba a su padre, pero en la casa no había nadie.
No me imagine nada, la niña también oyó la voz de su
padre, pero estábamos solas, nadie nos llamo desde el piso de abajo, y al volver a recoger a la niña, me miro y dijo seguro
que te has confundido.
Yo a
solas cuando la niña se fue, un escalofrió me recorrió la nuca, y sentí como un
soplo, como una respiración, me dio miedo saber que ya no estaría sola jamás.