LA MESA
Fui como una hermosa mesa de roble en mi juventud, aun así jamás
fui fuerte al menos en apariencia, pocas veces estuve enferma, y pocas veces se
levantaron astillas en esa mesa, al servicio de toda mi familia.
Y hubo roces de convivencia, y cada mancha u arañazo hacia
que mi marido se enfadase, sin darse cuenta que la mesa estaba escribiendo su
historia, entre arañazos de tenedores, platos, y vasos que se rompían como se
rompen los días al llegar el atardecer.
Pasaron los años, y se fueron añadiendo lijados, y barnices
a una mesa que siempre le gustaba estar nueva y reluciente, pero esa no es misión
en una mesa que se usa cada día, que reúne a todos a las mejores horas, y
siempre permanece cuidada y limpia, aun así salen roces como arrugas del tiempo
que nadie puede evitar.
Y la buena madera siempre lo es, se moja y se seca sin que
nada la afecte, siempre es la mejor pieza de la casa, de la cocina, o donde
este instalada, siempre sostendrá a los que quieran apoyarse en ella, dibujar o
escribir, y a veces rezar por los bienes de cada día.
Pasado el tiempo… nadie recordara a la mesa joven que llego
a una casa para ayudar y hacer felices a sus habitantes, a la familia entera
cuando hace falta, porque solamente nadie se dará cuenta que es una pieza
importante de la casa, y los que la usaron también, aunque cada uno jamás pensó
en eso, solo compartimos vidas cuando era necesario, y se olvido cuando se
compraron otras mesas para otros hogares.